Bolivia, un país que camina con sus ancestras
- Violeta Ayala
- hace 3 días
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Bolivia no se mide en relojes de pulsera ni en calendarios de elecciones. Aquí el tiempo es otro: se escucha en el tambor de un tinku, en el silencio de los cerros, en las arrugas de nuestras abuelas. La colonización, que parece tan enorme en los libros de historia, apenas ocupa setecientos años: una cicatriz reciente sobre una piel que respira desde hace milenios. Yo puedo trazar mi línea hasta 23,000 años atrás, cuando mis ancestras cruzaron el estrecho de Bering. Ese trayecto no terminó, sigue latiendo en mis pasos.

En 2006 elegimos a nuestro primer presidente indígena. Fue como abrir una grieta en la historia, por donde se colaron las carreteras, las escuelas, los hospitales… y también las contradicciones. A Evo lo cuestioné más de una vez, lo empujamos a pagar la renta a las personas con discapacidad, porque en Bolivia los compromisos no se negocian: se arrancan con lucha. Pero el 2019 nos supo a traición, no solo de un hombre, sino de un movimiento entero. El racismo volvió con furia, no como un fantasma ajeno, sino como un veneno que nos hicieron beber entre nosotros mismos.
En Bolivia nos comunicamos con los quipus, solo que ahora corren más rápido con Entel. ¿O acaso creen que es casualidad que las encuestas no le achuntaron a nada? El que ustedes no entiendan quechua o aymara, nuestra relación social es increíblemente sofisticada y hermética como la de los japoneses, ese es nuestro superpoder, el código que nunca podrán descifrar.
Y a las élites blancas, a las want to be white que sueñan con heredarnos su progreso importado: no vamos a entregar a Evo. Él nos rinde cuentas a nosotras, al pueblo, a las comunidades que lo pusieron ahí. Basta ya de acoso, de persecución disfrazada de moralidad. Déjenlo en paz. No somos ingenuos: sabemos quién se esconde detrás de las cortinas, sabemos quién quiere entregar el país como si fuera un botín.
El Chaparé no es un trofeo, es el corazón verde que palpita con la furia de la selva y la dignidad de quienes lo habitan. Lo pintan como tierra de guerritas, pero en realidad es donde se juega la soberanía de Bolivia, donde se mide la dignidad frente al colonialismo reciclado en discursos de progreso. Quieren reducirlo a mercancía, a mapa militar, a plantación ajena. No entienden que allí lo que late es comunidad, territorio y memoria. El Chaparé es la línea roja que ningún invasor debería cruzar.
Porque aquí las conquistas sociales son más fuertes que cualquier gobierno. Somos hijas e hijos de quienes resistieron la colonia, las dictaduras, la miseria. Somos nietas de quienes lograron sembrar papa en la punta de la montaña, de quienes hicieron de la comunidad un refugio y también un arma.
Bolivia es un país de compromisos: con la tierra, con la comunidad, con la memoria. Aquí el futuro no se escribe en discursos de izquierda o derecha, sino en la persistencia de un pueblo que se niega a olvidar. A veces tropezamos, a veces nos levantamos, pero seguimos caminando con nuestras ancestras, porque resistir es nuestra manera de existir. Porque nosotras marcamos la ruta para todas nuestras hermanas y hermanos de Latinoamérica. Esito no más sería.
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